DOS HERMANAS EN EL CERRO
Las dos hermanas se pusieron de acuerdo en el día y la hora en que
subirían al cerro. Era verano y había que moverse con precaución; y no solamente por las víboras. Y allá
fueron.
Alrededor de las ocho llegaron al pie del cerro y les habrá llevado casi
tres horas el ascenso. A mitad de
camino, encontraron una cascada, donde recuerdan haberse refrescado, en ropa
interior. El agua muy pura y fresca como
en el paraíso. El ánimo ascendía con sus pies.
Para el mediodía ya estaban cómodamente arriba, aunque las rodillas se
hicieron notar en el final de la travesía.
Toda una travesía para quien no estuviera entrenado, como ellas, porque
es bien sabido que caminar es una cosa, y trepar es otra. El sol vertical y la
luz que aclaraba sensaciones y pensamientos, les provocaron una expansión del espíritu
inusual y a la vez esperado. Sabían por
los comentarios que las piedras tienen una energía especial, que el oxígeno a
cierta altura escasea, pero a la vez la pureza del aire recarga los nervios y
el cuerpo se aliviana. Después de todo,
las tres horas de caminata en subida no se les hizo tan cansador como pensaban,
probablemente por eso de la energía del lugar.
Ese día, mientras subían, no se
cruzaron con nadie, probablemente por tratarse de un día de semana.
Tendieron un mantel, y a mirar y a comer, a hidratarse y descansar. Agua, pan casero, frutas y algunos sándwiches
era lo que tenían para compartirse, las dos hermanas. La mayor, de resistencia natural, fuerte y
esbelta y de ánimo escéptico frente a los acontecimientos inexplicables, y la
otra, menor, delgada y liviana, muy
influenciable y practicante de un desbordado misticismo.
Ahora viene lo interesante de la historia, porque hasta ahora no deja de
ser un paseo como cualquier otro, en vacaciones.
De pronto, sin escuchar ruidos de pasos, vieron unas botas de cuero de hombre paradas
al lado de ellas y una voz que dijo
“Dame pan”; pero por algo, ellas no podían levantar sus cabezas para ver a la
persona que calzaba esos zapatos, como si una fuerza extraña las mantuviera
mirando el suelo, el mantel, la comida, sus propias manos, como avergonzadas. Y
pidió más pan, le dieron todo el pan, y finalmente se fue. No vieron cómo ni hacia
dónde. Se quedaron calladas, como paralizadas
y enseguida, cuando pudieron nuevamente mirar panorámicamente, vieron a dos personas caminando a dos cerros
de distancia, como si hubiesen saltado de un cerro a otro en pocos segundos. Esto me
contó al tiempo la mayor, aun no lo creyéndolo totalmente.
Entre aterrorizadas y extasiadas, emprendieron la bajada, casi con inconsciencia, sin
esfuerzo, o algo parecido. Pero eso sí, y
esto es lo más extraño: entre ellas nunca hablaron del tema.
Silvana
16/08/2013
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